Para todo el año, el granero.
EL MUSGOSO
adie le ha oído nunca hablar, pero en los montes de Cantabria todo el mundo le respeta y le conoce y muchos son los pastores que le deben incluso la vida. El Musgoso sólo vive para hacer bien en el monte, para avisar de los peligros de la Naturaleza, del Ojáncano y de otros seres malignos.
Es un hombre alto y delgado, de cara pálida, ojos pequeños y hundidos y barba negra muy larga. Viste una zamarra de musgo seco y sandalias de piel de lobo y en el zurrón lleva siempre una flauta de una madera desconocida.
Siempre está caminando, muy lentamente, como si estuviera cansado, pero nunca se detiene. |
A veces toca la flauta y, sin dejar de andar, interpreta dulces y a la vez tristes melodías que son inconfundibles, pero nunca por la noche, ya que por la noche silba. El sonido de la flauta del Musgoso hace que los pastores se protejan del temporal que llega, guardando sus rebaños y buscando refugio.Otras veces lo que alerta a los pastores no es ni su silbido ni el sonido de su flauta, sino unos ruidos característicos como de una rama que se desgaja o una piedra que rueda monte abajo. Esto hace que los pastores estén muy atentos, pues es señal de que algún peligro les aguarda. |
LEYENDA DEL MUSGOSO
Cuenta la leyenda que en una
pequeña aldea olvidada que se encontraba sumergida en un profundo valles de una
remota montaña, sucedió un echo que los que allí viven aún recuerdan. La aldea
era tan pobre que sus vecinos malvivían en pequeña cabañas, viviendo de lo que
la tierra les daba y de las cabras que tenían. Sus cabañas eran viviendas
destartaladas en las que la lluvia penetraba por el el tejado y el frío del
invierno se colaba por las muchas rendijas que había en sus muros. Cuentan que
una noche oscura de invierno en la que los rayos atronaban fuertemente
repicando en las montañas comenzaron a escuchar unos ruidos sobre sus
destartalados tejados, de repente el agua que caía sobre ellos dejo de caer,
aunque aún seguían escuchaban como fuera llovía fuertemente, nadie esa noche se
atrevió a salir de su casa, era tal el miedo que tenían a la oscuridad, a los
rayos y a aquellas leyendas que circulaban por la aldea en las que las animas
de los difuntos caminaban por la aldea en las noches de tormenta. Al amanecer
comprobaron con ojos desorbitados que todos los tejados de la aldea habían sido
reparados, debajo de cada una de las casas había pequeños trozos de pizarra y
en sus tejados lucían relucientes por el agua de la lluvia nuevas tejas.
Extrañados, se preguntaron unos a otros por si alguno de ellos las había estado
reparando, pero ninguno era tan valiente como para salir en la oscuridad de
noche a hacerlo.
Cuentan también que varias noches después se
volvieron a escuchar ruidos en los tejados de las casas, las pequeñas rendijas
por las que se escapa el calor de llar fueron reparadas, de nuevo al amanecer
comprobaron como aquellas grietas habían sido tapadas en la ventosa y lluviosa
noche invernal. Pocos días después, una densa niebla sorprendió a varios
vecinos de la aldea en los riscos de una complicada montaña, uno de ellos, el
más viejo que conocía perfectamente los caminos comenzó a guiarlos montaña
abajo, pero la niebla era tan densa que incluso él se perdió, asustados y
agotados comenzaron a escuchar entre el balido de sus cabras el dulce sonido de
una flauta que tocaba una triste melodía, comenzaron a gritar pero nadie
respondía y el sonido de la flauta era tan cercano que casi podían tocarlo, la
niebla era tan densa que no podían ver quien tocaba la flauta, fueron siguiendo
el sonido durante horas, hasta que llegaron a la aldea, justo en ese momento la
niebla comenzó a abrir y el sonido de la triste melodía desapareció con ella.
Cuentan también que durante mucho tiempo,
cada vez que llovía en una casa esa misma noche alguien reparaba el tejado y
que cada vez que el viento penetraba por alguna rendija al día siguiente esta
aparecía reparada, también varios mozos se perdieron en la niebla y bajaron
hasta la aldea siguiendo el sonido de la flauta. Un buen día varios hombres se
juntaron, su curiosidad era tal que querían saber quien reparaba sus tejados,
así que decidieron entre todos tenderle una trampa. Una tarde en la que llovía
se subieron a varios tejados y rompieron varias de sus tejas. Al llegar la
noche se ocultaron en una cabaña y juntos aguardaron, al cabo de un tiempo
comenzaron a escuchar un golpeteo sobre el tejado y uno de ellos más valiente
abrió una pequeña ventana, vio sobre el tejado de la casa de al lado a un
hombre alto, que no conocía, de aspecto cansado, iba vestido con una zamarra de
musgo y sobre su cabeza llevaba un sombrero, un sombrero cubierto de hojas
secas, en sus pies vestía unos escarpines echos con piel de lobo, el hombre se
le quedó mirando y de un salto bajó del tejado desapareciendo entre la lluvia y
la oscuridad de la noche.
Cuentan los que allí viven, que desde ese
día cuando un tejado se rompía llovía en las casas, y que cuando comenzaron a
aparecer grietas en los muros el frío viento de la montaña volvió a colarse por
las casas y a partir de ese día los hombres de la aldea tuvieron que comenzar a
reparar sus tejados y muros, también cuentan que muchos pastores se perdían en
la montaña los días de mucha niebla y que jamás ninguno volvió a a escuchar esa
triste melodía que siempre los había bajado hasta la aldea.
EL PECU
Esti "pájaru de cuenta" que anuncia la primavera y que sabe que moza se casará y cuál no, abandona Cantabria en los alrededores de la fiesta de SanJuan con una cereza en el pico. Dicen que fue primero un críu muy malu, muy malu y desobediente, tan distraído en la escuela que nada más aprendió la "p" y la "q". Como castigo, quedó trasnformado en un cuclillo que repite sin cesar ambas letras cuando canta: "¡Pe-cu, pe-cu, pe-cu...!"
EL OJÁNCANO
Se trata de un gigante ciclópeo de la tradición cántabra y
encarna todo el mal, lo negativo y lo salvaje.
El rostro es
completamente redondo, de color amarillento, con unas barbas como cerdas de
jabalí, largas, bermejas como una llama. Los cabellos son de un rojo menos
intenso. Su único ojo, en mitad de la frente, relumbra como una candela, y está
rodeado de unas arrugas pálidas con unos puntitos azules.
Su morada se ubica en profundas grutas con la entrada
cubierta de maleza y de desprendimientos pétreos, cuya puerta cierra con una
enorme piedra que nadie más que él puede mover. Su lecho está situado en la
zona más profunda, formado a base de hojas, hierbas y ramas. Enfurecido por el
fuerte viento de los temporales, que le enreda las barbas en zarzas, árboles y
arbustos, se enfada y tira y despedaza grandes rocas y árboles. En ocasiones
pelea a pedradas con otros ojáncanos. Ellos han sido los que, en momentos como
estos, han hecho los desfiladeros y precipicios, y han desgajado los montes.
Entre las maldades que la mitología cántabra atribuye a este
ogro está el de derribar árboles, cegar fuentes, robar ovejas, raptar a jóvenes
pastoras, destruir puentes, matar gallinas y vacas, abrir simas y barrancos,
arrastrar peñas hasta las camberas y brañas donde pasta el ganado, rompe las
tejas, robar imágenes en las iglesias y dejar bojonas (con cuernos defectuosos)
las vacas. Además, siembra entre los lugareños el rencor, la soberbia, la
envidia y el hurto.
Se le puede matar –según las diversas versiones-
arrancándole un pelo blanco de la roja barba, o dándole con una piedra en un
hoyo que tiene en el centro de la frente.
Sus únicos amigos son el cuegle y los cuervos; estos últimos
suelen informarles de cuanto ven posándose junto a su oreja o en su nariz. Su
principal enemigo son las anjanas, pues este es la antítesis de la bondad, de
la dulzura de la Anjana. Donde ésta pone afecto, recompensa, humildad y regalo,
el Ojáncano pone rencor, castigo, soberbia y hurto. Las perseguía al
encontrarlas en su camino; pero éstas se transformaban o se hacían invisibles,
y conseguían burlarle siempre.